lunes, 25 de junio de 2007

Cómo dejar un libro a medias


Mientras la lectura sea para nosotros la iniciadora cuyas llaves mágicas abren en nuestro interior la puerta de estancias a las que no hubiéramos sabido llegar por nuestro propio pie, su papel en nuestra vida es saludable. Se convierte por el contrario en peligroso, cuando en lugar de despertarnos a la vida personal del espíritu, la lectura tiende a suplantarla...
Marcel Proust


Marcel Proust advirtió que era peligroso tomarse los libros demasiado en serio, y que lo diga el escritor más importante de la Francia del siglo XX no es ninguna bagatela.

Con frecuencia escuchamos a nuestros maestros y amigos hablar sobre la importancia de leer y sobre la fuente de sabiduría que significa acercarse a los pensamientos más importantes de la historia de la humanidad a través de sus obras escritas. Y uno anda por la vida tratando de seguir el ejemplo: leyendo y hablando de sus lecturas y de las ideas de otros. Y en esto último consiste la amenaza.

Recuerdo que mi primer acercamiento a la literatura fue con El capote un cuento del escritor ruso Nikolai Gogol. La atmósfera fría de la ciudad y la psicología del personaje Akaki Akakievich, un antihéroe sórdido que pierde su capote y con él lo pierde todo, describen lo que fui o lo que la literatura hizo de mí durante buena parte de mi juventud, con mi complacencia y gusto desde luego.

Aquel cuento impactó tanto en mí, que me propuse ampliar mi contacto con los libros dedicándome cada vez más tiempo a leer; a leer y de vez en cuando a escribir. Sabía mucho de títulos, autores y citas, pero sabía poco de mí. Me había extraviado en la erudición inútil de ideas que yo no había pensado, sino adoptado. De pronto, a los veinte años me descubrí como un imperioso defensor de la lectura, tal como lo soy ahora. Pero hoy tengo una reserva.

Alain de Botton explica que "los libros no bastan para que tengamos suficiente conciencia de las cosas que sentimos". En nuestras lecturas encontramos ideas con las que tenemos afinidad, que nos pueden ser significativas. Los libros nos despiertan sensaciones y enriquecen nuestra imaginación, pero en un momento indeterminado dejará de ser así por una simple razón: "el autor no somos nosotros". A esos libros les faltará lo que antes nos daba completud.

Empezaremos, con el devenir, a darnos cuenta de algunas incongruencias, a poner en duda las razones de algunos escritores, a caer en la cuenta de que a veces un libro no se entiende del todo porque no es claro. Entonces el momento llegará sin darnos cuenta, el momento en que tengamos la responsabilidad de abandonar el libro para proseguir a solas con nuestros pensamientos, con nuestros “solitos” intelectuales empezaremos a vivir una libertad antes inconcebible: la de no sentirnos maniatados por las palabras de otros, ya que nuevas ideas empezarán a retumbar en nuestros adentros como urgidas de ser alumbradas.

Así, nos daremos cuenta al fin de las limitaciones de la lectura y abandonaremos el prejuicio de dejar a la mitad a Bram Stoker, a Saramago, a Savater, Susan Sontag o Cioran, por muy leídos, reconocidos o galardonados que sean porque llegado a este punto el lector ya es otro; bueno, el mismo con otra perspectiva: la de sí mismo dispuesto a pensar y a vivir.
No hay en mis palabras desdoro por la lectura, pues necesitamos leer para alimentar nuestros pensamientos, leer un poco más para descubrirlos, y finalmente dejar de leer para saber qué hacer con ellos.

viernes, 15 de junio de 2007

LEER A BORGES




Para leer a Borges tengo que estar de ánimo, de ánimo de pensar y de darle vueltas a algunas abstracciones ajenas. Anoche así me encontraba.

La descripción técnica no le es atractiva al lector, pues la frialdad de los datos no invitan a imbuirse en la lectura, a menos que se trate de un texto del que se necesite sólo información. Pero no es el caso, lo que acabo de leer es un cuento.

Y es que así comienza la reflexión de Borges en La Biblioteca de Babel. En los primeros renglones nada parece estar cerca de nosotros como nunca ha estado el universo; nada hay en el comienzo que involucre nuestros sentidos, el contexto es casi invisible porque lo pintan los recuerdos de un hombre ciego acostumbrado al espacio y a la táctil percepción de su mundo que es una Biblioteca. El principio es un atlas de las ideas de un hombre que observa sus adentros.

Pero no importa, no hace falta que los datos se vuelvan sensaciones, no hace falta que el autor o nosotros le demos alguna forma al lugar en el que se desarrolla la historia -o más bien el pensamiento-. No, no hace falta. La percepción ya la tuvo el personaje a lo largo de su vida. Le toca la propio autor vivir su ficción, hablar de sus gustos y temas recurrentes en este erudito periplo a través de las galerías hexagonales y anaqueles intransitables, sólo en apariencia.
En las páginas, el autor de Siete Noches, deja ir en simultáneo sus impresiones y su conocimiento por un canal que el maestro anduvo a diario: el de la inteligencia. Representa a la Biblioteca como una colección de salas iguales que se extienden en todas direcciones, cada una con tantos libros en tantos anaqueles como los que alcanzan a mirar sus manos. Todos los pasillos iluminados y ningún ejemplar repetido. Porque en una explosión combinatoria, los libros del lugar son todos, absolutamente todos, los que se pueden escribir con un alfabeto de 22 letras, el punto, la coma y el espacio. Esto tiene unas implicaciones sorprendentes que Borges nos revela, entre noticias y teorías, a lo largo del cuento. Todo lo que pueda saberse está en la Biblioteca, y si no fuera posible explicarlo con palabras de un lenguaje conocido también allí habrá otro código con sus gramáticas y vocabularios necesarios para describir lo que hiciera falta.

Jorge Luis Borges ratifica una verdad de perogrullo entre los que valoramos la lectura y su recinto, el problema es que por cada conocimiento cierto hay una incontable cantidad de saberes falsos o distorsionados. Es un buen tema para reflexionar en esta era de retóricas alevosas y comunicaciones multimedia.

No obstante, quiero adelantarme y dejar sobre la mesa (o en la pantalla) una razón: a pesar de que existen ya medios expeditos como el Internet; la experiencia de leer a Borges, que pasa muy poco por el terreno de lo sensible y sí mucho por el de las ideas, es una forma segura de llegar a la cúspide humana: la de los conceptos, el sentido de la vida, la muerte, el lenguaje o el amor.